No recuerdo la última noche.
No quedó tu huella impresa en la recámara de la
memoria.
Ni el tacto de tus manos sobre mi piel.
Ni la luz de tus ojos reflejados en los míos.
No hubo un último abrazo.
Ni se estremeció la noche volcada sobre el abismo.
No rompió la pasión sobre mi cuerpo mástiles de
piedra.
No hubo despedida ni adioses furtivos.
Ignorantes como éramos del final
deshojó el tiempo su rosa de infortunio y
desvergüenza
rompiendo las sábanas deshilachadas
al calor de
nuestros cuerpos.
Todo lo que fuimos se borró mansamente
bajo una
lluvia de otoño
que confundió sus gotas con mis lágrimas.
Nada podía anticipar la derrota, el final, el hastío
salvo la oquedad sin fin de tu mirada
en esa última noche, la nuestra,
que murió, inconfesa, al filo de la esperanza.