Tanto
le quería el mar,
que
le acunó en sus brazos como a un niño dormido.
Tanto
le quería la luna,
que
prendida de su cintura, bailó con él sobre las olas de plata.
Tanto
amaba la existencia,
que
sucumbió en plenitud, vela y capitán en el bajel de su cuerpo.
Tanto
quería al mar,
que
se entregó sin reservas, jinete voraz sobre montañas de nácar.
El
mar le llamaba y él le respondía,
tendiendo
su verde mirada sobre las olas bravías.
Tanto
quería al mar, y el mar tanto le quería,
que una incipiente mañana,
en tributo agradecido le regaló su vida.
a mi padre
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