¡Qué silencio! Por los cerros
no había nada que turbara
el canto de los grillos nuevos.
El último sol de la tarde
caía en el verdinegro
de las ramas de los pinos
y el agudo grito de los pájaros
iba muriendo en la suave
quietud temprana del ensueño
que envuelve todas las cosas
cuando llegan los luceros.
En los cielos había paz
en la tierra, sosiego.
Nada rompía la calma
de nuestros dulces recuerdos.
¡Qué silencio había en el monte!
¡Qué silencio! Por los cerros
no había nada que turbara
el rumor de nuestros besos.
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