Vivimos cada día como si fuéramos eternos
millones de seres camino del matadero
inconscientes devoradores de momentos
que consumimos en una sucesión de hechos.
Nos creemos artífices de nuestro destino
soberbios fabricantes de espejos
que muestran lo que queremos ver.
Acumulamos falsas expectativas
en el espacio intemporal de la no existencia
contemplamos como ruedan las cabezas
abatidas por la cuchilla que no alcanza nuestra
yugular.
Todavía.
El absurdo comienza con el día cero de nuestra
supervivencia
y se expande en oleadas por el tubo angosto que
cercena la vida
estrangulando con su goteo lánguido de muerte sin
herida.
Nos acunamos los unos a los otros en las noches de
vigilia
cuando la verdad multiplica sombras y emponzoña
heridas.
Latidos salvajes socavan el tiempo dormido donde
tenemos que estar
para confirmar esta lucha feroz, sin sentido.
Si abrimos los ojos o aguzamos el oído, el ser libre
que nos habita
saltará hacia el vacío para acabar con la sinrazón.
Apretado, cruel recorrido que marca nuestra
eventualidad.
Seres, todos, los que habitamos la Tierra viajeros
del desatino
en este transitar a oscuras ajenos a la sima que
bordea el precipicio.
Es lo que toca, no hay opción.
El único escondrijo es dejar de pensar
cerrar los ojos, cerrar los oídos,
zambullirnos en la inconsciencia
y seguir, seguir ajenos a la realidad,
que sí o sí
acaba y se funde en el mismo principio.