de Oriente a Occidente
de Sur a Norte
bajo el cielo estrellado
cómplice arrebatado del silencio
que se acurruca insomne
partícipe de nuestra locura
por las angostas calles madrileñas.
de Oriente a Occidente
de Sur a Norte
bajo el cielo estrellado
cómplice arrebatado del silencio
que se acurruca insomne
partícipe de nuestra locura
por las angostas calles madrileñas.
y al din don de los
cencerros
iban las vaquillas tristes
hacia el establo
volviendo
La luna, por ser más
luna
salía luna llena en el
cielo
y el agua de los
remansos
gota a gota iba
cayendo
Los grillos cantaban su
canto
como tenores del
sueño,
y el viento medio
dormido
moría entre los
árboles secos
Una cruz triste,
monótona
allá lejos, era señal
de que un día
un vivo dejó de serlo
Oculta entre el verde
de los árboles
escuchaba el din don
de los cencerros
la mano sobre el
corazón, con miedo
que al recordar esa
tarde
ya no estuviera viviendo.
semejante el sonido al estallar los besos
la leve caricia
el ademán envolvente…
idioma común ajeno al color y la raza
indiferente al país y al origen
se abre camino el amor
libre
aislados del entorno
la mirada prendida
la voz resbala al oído
lo que sólo el otro entiende
lenguaje universal de todos los pueblos
en el ancho horizonte que habita la Tierra.
escurriendo
lánguido bajo el cielo vespertino
bruñido
de rosa y añil, alienta con leve latido
un
sordo runrún que amenaza inundar
de
golpe con su zarpa fiera la realidad
el
pastor lejano, los campos revueltos
huérfanos
del ahora y una sombra
que
atenta inmisericorde, bandido letal
del
sentimiento que abona los sueños.
Extiende
su capa la nada al viento
el
alma sonámbula aúlla al vacío y el tiempo
recompone
su sonrisa de miel y romero.
Un
zumbido sordo crece atenazando sin piedad
el
alma aterida, la terrible soledad avanza
y
el cerebro sucumbe en la nata negriverde
que
lo envuelve. Nada queda salvo empuñar
el
lápiz, arrancar la cuartilla y verterme
en
palabras, sombra y luz, tafetán y espada
aceptación
en calma de la horda sangrante
que
destila su lamento, canto aislado y loco
en
vértigo infinito que al fin consigue
mitigar
el espanto que amenaza impúdico
y
descarado con destruir el bien forjado artificio,
ahora,
me encuentro conmigo, en silencio.
Puedo,
me digo, abro la puerta
prendo
la luz y entro.
Hacia
dónde dirigir los pasos, cómo retornar después del largo viaje. La piel
brillante y negra se ha vuelto cenicienta, retenidos al fondo de los ojos los
paisajes de luz. En esta noche negra no brillan las estrellas. Partió en busca
de otra vida a la ciudad de lluvia y cemento. Le cobijan unos árboles plantados
por nadie, nacidos de la simiente generosa que cabalga por el aire tras la tapia
metálica, en el solar terroso. Pasa los días solo, abatido, hace tiempo que
abandonó toda esperanza, arrastrando los pies deambula durante horas con la
mirada perdida. Nadie espera su llegada, no hay cánticos ni tambores, no hay
niños en torno a la hoguera, no hay fuego
que le caliente ni esposa batiendo la mandioca. Tan sólo su pequeño refugio
permanece. El instinto le empuja cada día a arrastrar su cuerpo tullido por los
golpes del destino. Abandonó su país en pos del sueño de la tierra donde mana
la miel. Llegó no sé cómo ni desde dónde. Cambió los amplios horizontes por la
choza de madera y cartón, oculta tras la valla de la obra que no empieza
nunca, en el solar baldío, que el tiempo y la vida han puesto a su paso entre
árboles espontáneos.
Al otro lado de la calle
tras la tapia provisional
los árboles
penachos enhiestos
suavizan con su
verdor
el entorno sombrío
donde el frío descarna
con su zarpa
de hambre
y la rabia muerde con saña
atrás quedó la tierra de palmeras
los amplios horizontes,
desierto y
arena
atrás quedaron los sueños.
En largas horas de silencio
rumias las esperanzas rotas.
¿De dónde vienes hombre gris?
(Homenaje
a José G. Cordonié y sus Baladas de Morotropium)
el despertar trasnochado de la aurora
el sonido monocorde de la lluvia
la risa amiga, el guiño cómplice.
El final del camino
Tu loca huida
se ha estrellado, atónita
los orificios amorfos de la nariz avientan el aire
la pupila dilatada el gesto anhelante
por la comisura de la boca escurre procaz la saliva
proyectas los labios bulbosos y escudriñas alerta
el cuerpo en posición de avanzar
la mano tensa presta a deleitarse
en la oquedad del sexo
la lujuria asoma bizqueando tus ojos
y atrapa tus sentidos
más allá de las conveniencias.
Repasas el plan, elevas la lanza
esgrimes sonrisa, sueltas la lengua
y atacas, todo lo demás se borra
sólo estáis, tú y tu presa.
impávida
figura recortada contra la pared
el
espejo rebota tu imagen casi yerta
estatua
pálida
sonrisa
eterna que el tiempo no borra
inspiración
eterna,
cuerpo
de mujer
si encontráis su mirada
vagabunda buscándose en los espejos
si oís su voz amable
deslizarse en vuestro oído
si acaso intuís que
está cerca
y una figura al pasar
se asemeja a él
llevadle mi aliento
dedicadle vuestra mejor
sonrisa
tendedle la mano
está solo
y anda perdido.
Desarrollando
ternuras y ganas de vivir
desde
su terrenal escepticismo
descubre
cada mañana
el
surtidor de invierno
acodado
en la baranda
a su paso
Algo nace cada día
en
el pliegue estatutario de su frente
cuando
aborda la fiel compañía
asomada
en el leve golpe del tacón
afianzado
sobre el asfalto
a su paso
El
balanceo cómplice
mueve
la fraternal dimensión
acompasado
con el verde,
agridulce
distancia que enardece a ratos
el
latido opaco del pasado anfitrión
con
su paso
con la persona equivocada
en el momento equivocado,
en un tiempo equivocado.
Es rotundamente consciente
del traspiés que distorsionó
su andadura, sin ambages
confundió metas, mató ideas.
Tenaz corredora de fondo
anduvo envuelta en nieblas
rectificó sueños rasgando
la cortina de los miedos.
Tarde, demasiado tarde
para enderezar el
rumbo
para inventar un principio
y empezar de nuevo.
Escogió el camino equivocado
en un tiempo equivocado
el vértice, el anclaje
en ella convergen el
ayer y el ahora,
el pasado y el mañana.
Posición avanzada en la
estepa,
refugio de calma en la
revuelta
andamio y cueva,
fortaleza y abadía.
Así es mi casa,
abriéndose generosa
entregada y cautiva, lazo
y martillo
anhelo y refugio,
dicha.
Mi casa, la casa del
encuentro y la partida
del abrazo y la pérdida
del desconsuelo y el
beso,
refugio permanente en
el calor de los sueños
Mi casa, dónde estoy,
por si vuelves,
por si anhelas, por si
quieres, por si esperas
Esta casa hecha a
ternuras
resistente a los
recuerdos.