Al son de la vida me despierta el alba
rasgueos
de guitarra por la madrugada
la
luna se escapa en barca de plata
y
la risa, libre, extiende sus alas.
Al son de la vida me despierta el alba
rasgueos
de guitarra por la madrugada
la
luna se escapa en barca de plata
y
la risa, libre, extiende sus alas.
sin
pretender deslucir lo que la noche engendra
son
voces que me susurran en la oreja:
¡Pero
qué tontos son los hombres!
¡Pierden
el norte cuando tienen una hembra cerca!
¿Será
cosa del instinto, de hormonas, de vanidad?
Se
vuelven tan fáciles de manejar...
Cualquier
hembra con una sonrisa boba, unas buenas tetas
un
culo redondito, o unas buenas caderas
encumbradas
sobre un buen par de piernas
les
deja indefensos, manipulables como tontas marionetas.
Armas
de mujer las llaman.
¡Qué
tonto puede llegar a ser un hombre!
Aunque
su coeficiente roce los ciento cincuenta
detente
puestos de responsabilidad, ocupe cargos
administre
empresas, controle países
o
venda fruta en el mercado.
Todos,
casi sin excepción, sufren de la misma ceguera
esclavos
de sus instintos caen en la trampa
servidores sin remisión
de su entrepierna.
Estallan llenas de vida las paredes
con el néctar más dulce
de los besos
agua y azúcar destilada
en miel
se abandona en vértigo
a la lengua.
Acaso los que aquí un
día se amaron
a través de los muros nos contemplan
y extendidos en el roce de los dedos
acarician a través de nuestra esencia.
Cobijados en el cuerpo
arrebatado
ciñen sin pudor y sin vergüenza
hurgan buscando entre las ropas
prestos a sellar la contienda.
Abrasados en las llamas del ayer
reflejan la pasión en los espejos
cuerpos de jazmín y nácar
en la quietud de la espera.
Paredes de muchas horas
pasillos de mucho tiempo
se
engalanan cuando pasa
el amor a contratiempo.
No
recuerdo la última noche
no
quedó tu huella impresa
en
la recámara de la memoria
ni
el tacto de tus manos sobre mi piel
ni
la luz de tus ojos reflejados en los míos
no
hubo un último abrazo
ni
se estremeció la noche
volcada
sobre el abismo
no
rompió la pasión
sobre
mi cuerpo
mástiles
de piedra
no
hubo despedida
ni
adioses furtivos
ignorantes
como éramos del final
deshojó
el tiempo
su
rosa de infortunio
y
desvergüenza
rompiendo
las sábanas deshilachadas
al
calor de nuestros cuerpos
Todo
lo que fuimos se borró mansamente
bajo
una lluvia de otoño
que
confundió sus gotas
con
mis lágrimas
Nada
podía anticipar la derrota
el
final, el hastío
salvo
la oquedad sin fin de tu mirada
en
esa última noche, la nuestra
que
murió, inconfesa
al
filo de la esperanza.
Entre la luna y el sol, un espacio
entre el ayer y el ahora, un suspiro
entre el hoy y el mañana, un abismo
entre tu alma y la mía, la corriente de un río.
Que se calle ese gallo que despierta los sentidos.
que no alborote el pulso con su kikirikí insolente.
Que vuele lejos con sus cortas alas y sus largos sueños
que la tarde no se abra en canal, que no trepide la
vida.
Que el cuerpo no reclame su parcela de amor
y el viento se aleje con su ofrenda caliente.
Que se calle ese gallo, que no la deja dormir
y despierta incansable el temblor de su sexo.
Él, a su lado, duerme.
los espejos del agua
la luna se hace chica
y la voz se remansa
en este despertar
constante
en esta danza de
siglos
entre la vigía y el
sueño
de la tranquilidad a la
tormenta
de la fragilidad a la
batalla
de la duda a la certidumbre
de la luz a las
tinieblas
del ayer, al mañana.
despertando
la alborada
con
el corazón contento
iluminando
la casa,
con
la sonrisa en los labios
y
la esperanza cumplida
cómplices
de la ilusión
alborotando
mañanas.
Qué
dulce la sensación,
qué
belleza en la mirada,
cuánto
contento en la brisa
que
cabalga las montañas.
El aire caracolea y enjaeza
con
su brío, cumbres serranas
bruñidas
de azul celeste
con
penachos escarlatas
que
reciben nuestros pasos
con
un trémolo de campanas
dándonos
la bienvenida
en
la pradera dorada.
Porque
los sueños se cumplen
brindo contigo en el viento
compañerito
querido,
mi
compañero del alma.
a mi alrededor los niños juegan
en los bancos reposan sus años
los viejos, y una paloma, asustada
por un perro emprende el vuelo.
Tarde
de domingo amable y redonda
como
una naranja, olorosa como una
fruta
recién cogida. En las terrazas
desgranan
alegres las risas satisfechas
de
los que han comido. Taza de café.
Domingo
por la tarde, por las aceras
pasean
ilusiones los amantes y la brisa
peina
con mano de nubes los árboles.
Dormían
tranquilas las ciudades
antes
de que las bombas llegaran.
Ahora
el horror expande olas de miedo
y
desconcierto. Nada nuevo hay bajo
el
sol. Es la vieja historia repetida
en
muchos, demasiados, puntos del
Planeta.
Donde se amontonan los muertos.
Donde
la vida de los inocentes sucumbe
bajo
la metralla que invade su despertar
donde
se truncan los caminos del hoy
y
el dolor ocupa, en ríos de espanto, las calles
que se han olvidado, de que hoy, es domingo.
Hueles a hogar, como el pan y la lumbre
a leña recién cortada,
a espiga verde de trigo
a mañana, a
siemprevivas, a esparto, a canción.
Tus movimientos cadenciosos despiertan auroras
una estela de luz
acompaña tu paso y el alma
se alboroza con tu
mirada, duende del alba.
Hueles a espiga y a
trigo, a hogar, a lumbre
a tierra mojada,
a papel, a chocolate y a bruma
a pan recién horneado y
tus manos, cobijan la luna.
Tal vez sin querer me volví agua
para inundar el espacio de tu cuenco.
Tal vez deshojé las ramas del tiempo
envuelta en tus palabras.
Tal vez sorprendí al mañana
acariciando el momento no escrito.
Tal vez sucumbí al olor de tu sexo
encrespada entre tus olas.
Tal vez presentí la fuga del olvido
y olvidada de todo me entregué.
Tal vez te soñé o tal vez fue
la mayor historia de amor jamás contada.
Tal vez continúo con las huellas
de tus manos modelando mi cuerpo.
Tal vez, mi amor, tal vez retumba
el latido de mi corazón en tu pecho.
Los caminos vuelven a ser carreteras
salvadas en vías de confluencia
en esta nebulosa delirante y febril
que propicia imparable el encuentro.
Cierra los ojos, que al conjuro de Oshún
batimos esta noche el bronce.
Candela y color, armonía y fuego.